Actualidad

Pascualito: El entrañable asustador de gurises

Actualidad

Por Vanesa Dallazuana

Si hay algo lindo para recordar, cuando uno tuvo una infancia feliz, son las aventuras y los personajes que acompañaron nuestro crecimiento y dejaron su marca para siempre. En nuestro querido Caseros, los gurises crecimos con la imagen de Pascualito, “el” personaje del pueblo. No sabíamos ni de dónde venía ni desde cuándo era parte de la comunidad.

   Recuerdo que deambulaba por las calles de ripio tanto con el sol rasante del verano       como con el crudo invierno, buscando alguna “changa” para hacer y metiéndose a veces en líos. “Soy Pascual Felipe Farías… y no le tengo miedo a la policía” decía a los gritos  mientras su cabellera y su aliento denotaban mucho alcohol.

   Esos problemas con la policía muchas veces significaban para él una noche con una cama  para dormir y la posibilidad de que le dieran un baño y comida. No se le conocía familia cercana, su refugio eran las bebidas. La “Lusera” y la “Marcela” (aperitivos hoy desaparecidos) eran sus favoritas y las intentaba consumir ya desde temprano por la mañana.

   “No Pascualito no… comete estos bollos, te los regalo”, le decía  mi abuelo en su almacén. Y Pascualito, que lo respetaba y quería mucho como a toda mi familia, lo aceptaba. “Gracias Don Usebio”, añadía. “Me voy a ver que se ve por ahí”, y salía como siempre sin  rumbo fijo.

   Pero Pascualito se ganó la mala fama con muchos gurises por su afición a la bebida y sus gritos causados por sus diarias borracheras. Fue usado como el “asusta gurises”. Por eso era común escuchar: “Ojo, portate bien y no vuelvas tarde a casa que te va a agarrar Pascualito”. Jaja, si  me parece escucharlo.

    Sin embargo era incapaz de dañar a un chico o tan solo tocarlo. Solo gritaba para sacar quizás alguna pena o divertirse en sus largos días. Vaya a saber por qué pero no había forma de bajar su vozarrón en las infaltables tardes de siesta entrerriana.

   Pascualito tenía otra particularidad: no visitaba nunca al médico y según decía se curaba solo. Soportaba fríos y calores, arduas caminatas por el pueblo y puñetazos que ligaba a veces en peleas sin sentido, peleas de borrachos, en algún bar.

   Pero pese a su mala fama de asustador, tenía un gran pero gran corazón, hacía mandados embarrado y mojado, en todos lados y a cualquier hora, y jamás se quedaba con plata demás. Era honrado y servicial. Qué hermosas cualidades para un mundo tan complicado  y egoísta como el que vivimos.

   Me vino a la mente estos días su figura porque a lo lejos y pasado el tiempo pensaba que él seguramente  sería quien haría los mandados de muchos abuelos y familias confinadas por la pandemia. Para ganarse su changa y porque no le tenía miedo a nada.

Fotografía: Gentileza Silvio Courvasier y Club Juventud de Caseros.

Compartir por