Matecito, fue el único payaso sin libretos , siempre siguió los dictados del alma. Qué desafío para los historiadores es el de desandar las vivencias de un hombre poco común al que quienes sostuvieron siempre la teoría del trabajo y del progreso no pudieron comprender, pero rieron y gozaron a su paso por esos corsos que supo engalanar

Miles de gurises lo saludaron, a todos les permitió acercarse, a todos les contestó y todos salieron indemnes de abusos. Fue Santa Claus, o Papá Noel; precedido por el estridente ulular de la sirena de los bomberos y repartió caramelos y alegrías en los barrios periféricos.

Matecito, aquel de la bicicleta negra.

El que saludaba al intendente, al barrendero, al juez, al peluquero; el que hacía reír, con o sin la cara pintada y se convertía en cómplice de los “turcos” Dahuc en las maldades que llenarán, algún día, tantas páginas de la historia gualeguaychense que seguramente se habrá de escribir, es el mismo hombre-payaso que vivió para felicidad de los demás.En el celofán de las cañas, en su estrepitoso vibrar se lo rememora, y crece como el cono de las cornetas de las murgas la figura de este payaso insignia; el que no hizo de su don una profesión, sino un deber y su placer

.Ninguna frase podría encerrar el sentimiento de la gurisada, ninguna lápida lo podría identificar, pero lo que no se pudo llevar la parca, fue el recuerdo que dejó en padres, hijos, nietos, abuelos; todas generaciones que lo seguirán sintiendo vivo, porque la maldita muerte no se pudo apropiar de semejante tesoro, y se lo debió entregar a la inmortalidad”.

Fuente: Museo del Carnaval (Gualeguaychú)

Colaboración: Enrique Caballero.

Fondo Documental Archivo Histórico Museo del Carnaval.