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Reseña del libro : La constancia en tiempos de cambio

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Por Bárbara Chatzky

Cuando Anahí Laika Zaruk acepta que jamás podrá ser una Beatrice y que ningún hombre la haría sentir una dama del Dolce Stil Novo, voluntariamente desciende desde un sometimiento inocente por la escalinata lujuriosa hasta el segundo círculo del Infierno. Allí comienza un constante recorrido que emula a la más perfecta rueda de tango y que, sin trastabillar, mantiene su eje en la infinitud de Formosa.

Con ese nombre llama Anahí Pérez Pavez a su primera novela, con la que consiguió el primer premio de literatura “Luis José de Tejeda” 2018 de la Municipalidad de Córdoba. Formosa funciona como un vistazo a través de la puerta entreabierta del camino del héroe (o más bien, de la heroína) que recorre la protagonista. A través de sus intentos por romper con un pasado de obediencia, pareciera que un laberinto la obligara a volver constantemente a un estado (o provincia norteña) de dominación. Así, aunque la mayor parte de la historia esté narrada desde un lugar distante en el futuro, tal como anunció Nietzsche en su Ewige Wiederkunft (o eterno retorno), el tiempo es cíclico.

En primera persona se relata el camino a la aceptación de las adversidades, la militancia dentro de un universo de sumisión femenina y la lucha personal que se suma a una revolución asociada con el recuerdo de un abusador. Cuando la sangre alberga el espíritu enemigo, la intimidad es una revuelta que esconde las anécdotas de una infancia turbada. Durante toda la novela, el personaje no deja oportunidad para relacionar sus ocurrencias con el constante recuerdo de su ayer. Cual la Odalisca de Ingres, Anahí Laika se desnuda para darle la espalda a todo ese legajo de construcción patriarcal, pero no puede evitar mirar sobre su hombro a la herencia de mujer Zaruk. Aceptar el rendimiento frente a figuras como su padre, el Mataco, que encarnan el mandato masculino, equivale en la narración a la victoria de una tradición podrida.

Ya había dicho Villegas que en el movimiento surrealista “los estereotipos positivos y negativos en torno a la mujer responden a una idea de la misma como objeto del deseo del hombre y funcionan como símbolos de lo que se halla prohibido para ellas: poder, trabajo y creatividad”. Mientras la protagonista de Formosa busca acercarse a una imagen de “mujer fatal” de la tradición libertina de Sade, la profanidad y prostitución la hacen todavía más vulnerable a la misoginia de sus intereses románticos.

Se presenta un ritmo que sigue a ese deseo: es móvil, está en constante búsqueda de algo más y nunca se presenta nítido. La estructura de la historia está pensada en torno a la percepción de Anahí Laika sobre su realidad, que está plagada de rememoraciones. La autora, por lo tanto, utiliza una gran cantidad de flashbacks que ofrecen una esencia nostálgica a la travesía. “El pasado siempre tiene ascendencia sobre nuestro presente, hasta el pasado que no es propio”, explica Anahí Pérez Pavez acerca de la pulsión a la repetición que alberga el libro. La neurosis de reproducir los síntomas de su familia una y otra vez persigue al personaje en sus sesiones de terapia, en sus vínculos afectivos y en sus pasos milongueros.

El cúlmine de Formosa está, justamente, en Formosa, siendo el empuje que da comienzo al viaje y el punto final, al que Anahí volverá continuamente. Como a principios del siglo XX se deja de lado la idea de “mujer ángel”, al finalizar la novela, la protagonista decide abandonar cualquier tipo de obediencia y convertirse en la Supermujer de la que no habló Nietzsche. Con su nueva libertad de espíritu, en el último capítulo narra desde un presente: “En algún momento te encontrás ranchando sola en la oscuridad del monte formoseño”. Jamás abandonará su origen pero, de la misma forma en que las mujeres libres pintadas por Matisse comparten las pinceladas expresionistas con aquellas presas en la naturaleza madrastra de Klimt, Anahí Laika se suma a la ola feminista dentro de un mar opresor. 

Fuente: www.solotempestad.com 

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